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San Juan PabloII

Extractos de la carta comentados y dirigidos a los escritores de iconos. Parte II

Fotografía de Cathopic por Dimitri Conejo Sanz

Recordamos que estábamos hablando de la importancia de conocer el recorrido histórico del arte sacro.

“Los siglos posteriores fueron testigos de un gran desarrollo del arte cristiano. En Oriente continuó floreciendo el arte de los iconos, vinculado a significativos cánones teológicos y estéticos y apoyado en la convicción de que, en cierto sentido, el icono es un sacramento. En efecto, de forma análoga a lo que sucede en los sacramentos, hace presente el misterio de la Encarnación en uno u otro de sus aspectos. Precisamente por esto la belleza del icono puede ser admirada sobre todo dentro de un templo con lámparas que arden, produciendo infinitos reflejos de luz en la penumbra. Escribe al respecto Pavel Florenskij: «El oro, bárbaro, pesado y fútil a la luz difusa del día, se reaviva a la luz temblorosa de una lámpara o de una vela, pues resplandece en miríadas de centellas, haciendo presentir otras luces no terrestres que llenan el espacio celeste».”

Este e el fragmento que más me conmueve. La analogía entre el icono -sacramento, la presencia a través de los materiales que se unen. Vemos la importancia de respetar las obras desde su inicio, desde la tabla.

“Sobre esta base, al concluir el Concilio, los Padres dirigieron un saludo y una llamada a los artistas: «Este mundo en que vivimos —decían— tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración»”

La unión entre verdad y belleza. Dos conceptos inseparables. Sólo encontramos la verdadera belleza buscando la verdad. Esto une al fiel que ora ante el icono con el iconógrafo, comparten con alegría la belleza.

“La Iglesia necesita, en particular, de aquellos que sepan realizar todo esto en el ámbito literario y figurativo, sirviéndose de las infinitas posibilidades de las imágenes y de sus connotaciones simbólicas. Cristo mismo ha utilizado abundantemente las imágenes en su predicación, en plena coherencia con la decisión de ser Él mismo, en la Encarnación, icono del Dios invisible.”

Sin duda la predicación entra por el sentido auditivo, entra por el oído y por la vista somos capaces de tener un encuentro. La Iglesia tiene una necesidad de que los artistas se muevan, despierten y nos acerquen a todos estas imágenes que nos hagan de ventanas al cielo, que nos acerquen a los santos, la Virgen, a Cristo…

“La Iglesia, pues, tiene necesidad del arte. Pero, ¿se puede decir también que el arte necesita a la Iglesia? Esta colaboración ha dado lugar a un mutuo enriquecimiento espiritual. En definitiva, ha salido beneficiada la comprensión del hombre, de su imagen auténtica, de su verdad. Sin embargo, sigue siendo verdad que el cristianismo, en virtud del dogma central de la Encarnación del Verbo de Dios, ofrece al artista un horizonte particularmente rico de motivos de inspiración. ¡Cómo se empobrecería el arte si se abandonara el filón inagotable del Evangelio!”

Los iconógrafos particularmente debemos poyarnos en nuestra fe, no hacer de nuestro arte una expresión de nosotros mismo. Que las escrituras y la tradición de la Iglesia Católica sean nuestra base e inspiración.

Todos los creyentes están llamados a dar testimonio de ello; pero os toca a vosotros, hombres y mujeres que habéis dedicado vuestra vida al arte, decir con la riqueza de vuestra genialidad que en Cristo el mundo ha sido redimido: redimido el hombre, redimido el cuerpo humano, redimida la creación entera, de la cual san Pablo ha escrito que espera ansiosa «la revelación de los hijos de Dios» (Rm 8, 19). Espera la revelación de los hijos de Dios también mediante el arte y en el arte. Ésta es vuestra misión.

Tenemos una misión que no debemos olvidar. Estas palabras nos ayudan a no ponernos a nosotros por encima, no hacer de nuestros iconos un signo de nuestro orgullo. A ponernos al servicio, trabajar por la evangelización y la fe.

Queridos artistas, sabéis muy bien que hay muchos estímulos, interiores y exteriores, que pueden inspirar vuestro talento. No obstante, en toda inspiración auténtica hay una cierta vibración de aquel « soplo » con el que el Espíritu creador impregnaba desde el principio la obra de la creación. Presidiendo sobre las misteriosas leyes que gobiernan el universo, el soplo divino del Espíritu creador se encuentra con el genio del hombre, impulsando su capacidad creativa. Lo alcanza con una especie de iluminación interior, que une al mismo tiempo la tendencia al bien y a lo bello, despertando en él las energías de la mente y del corazón, y haciéndolo así apto para concebir la idea y darle forma en la obra de arte. Se habla justamente entonces, si bien de manera análoga, de «momentos de gracia», porque el ser humano es capaz de tener una cierta experiencia del Absoluto que le transciende.

El papa nos habla del Espírituo Santo. Para estar en gracia, debemos primero mirarnos y confesarnos, unirnos a Cristo de nuevo. Participar de la Eucaristía y orar. La oración como principio, centro y final de nuestro trabajo.

Y san Juan Pabo II se despide:

«Surge del caos el mundo del espíritu». Las palabras que Adam Michiewicz escribía en un momento de gran prueba para la patria polaca[28], me sugieren un auspicio para vosotros: que vuestro arte contribuya a la consolidación de una auténtica belleza que, casi como un destello del Espíritu de Dios, transfigure la materia, abriendo las almas al sentido de lo eterno.

http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/letters/1999/documents/hf_jp-ii_let_23041999_artists.html

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